Este artículo originalmente apareció en la Revista Knowable, un esfuerzo periodístico independiente de Annual Reviews. Suscríbete a su newsletter.
Si un solo evento marcó un antes y un después para la conservación de los bosques de mangle del mundo, fue el tsunami en el Océano Índico del 2004. Un día después de Navidad, un terremoto de magnitud 9.1 sacudió la falla que corre a lo largo del suelo océanico con una fuerza que generó olas —algunas de treinta metros de alto— dirigidas hacia la costa densamente poblada del Océano Índico. El desastre cobró la vida de más de 225,000 personas.
Tras el tsunami, algunos científicos reportaron que los asentamientos que se encontraban detrás de bosques pantanosos de manglar a lo largo de la costa sufrieron menor daño y menos pérdidas humanas en comparación con las áreas donde se habían aclarado los bosques para la acuacultura o desarrollos turísticos. Aunque los manglares ofrecieron una protección modesta contra los efectos devastadores del tsunami, la experiencia fue un poderoso recordatorio de que los manglares son amortiguadores vitales de las mareas generadas por las tormentas, inundaciones y riesgos normales de la vida en la costa.
Muchos tomaron en serio la lección: Los manglares debían regresar.
En varios países afectados, organizaciones sin fines de lucro y agencias gubernamentales rápidamente comenzaron a plantar plántulas; en Sri Lanka, las plantaciones se hicieron en más de 20 sitios a lo largo de la orilla de la isla. Pero cuando el botánico de la Universidad de Ruhuna Sunanda Kodikara visitó estos sitios entre 2012 y 2014, se sorprendió al encontrar que los manglares crecían tan solo en aproximadamente el 20 por ciento del área plantada. En otros sitios, solo algunas plantas jóvenes sobrevivían, o ninguna lo lograba. “Vi tantas plantas muertas”, recuerda Kodikara. Especialmente descorazonador, dice, fue saber que se habían gastado unos $13 millones en los esfuerzos de restauración.
Estos resultados son particularmente frustrantes para los expertos, pues la necesidad de proteger y restaurar los “bosques azules” del mundo es más grande que nunca. Los manglares son poderosas esponjas de gases que calientan el clima — lo que aumenta la ansiedad de grandes compañías por pagar para su conservación y así contrarrestar sus propias emisiones. Los manglares también son paraísos para la biodiversidad y diques vivos que ayudan a proteger de las tormentas y olas que se fortalecen cada vez más con un clima más caliente. Aun así, los manglares continúan siendo uno de los ecosistemas tropicales más amenazados; hemos perdido más del 35 por ciento del total mundial en las dos últimas décadas debido, en gran medida, al aclarado de mangle para la acuacultura, la agricultura, el desarrollo urbano y por su madera.

Por esto existe un creciente interés de parte de gobiernos, organizaciones sin fines de lucro y comunidades locales en todo el mundo por reconstruir estos vitales sistemas. Pero, tal como Kodikara presenció en Sri Lanka, este tipo de esfuerzos a menudo fracasan. En las Filipinas, por ejemplo, en promedio, menos del 20 por ciento de las plántulas sobrevive, mientras que un estudio a gran escala estimó que la tasa media de supervivencia es de apenas un 50 por ciento. Ahora Kodikara y otros científicos exhortan a los organizadores a que abandonen las viejas prácticas de cultivo de manglar y los incentivos mal dirigidos que los permiten. En cambio, piden que se usen métodos basados en la ciencia que tomen en cuenta la sensible ecología de estos bosques y su capacidad de regeneración natural, así como las necesidades de las personas que viven a su alrededor.
La ecóloga marina y costera Catherine Lovelock de la Universidad de Queensland en Australia nota, “Todos entendemos cómo se cultiva un bosque de mangle, y es algo que se ha sabido desde hace tiempo”. El problema, dice, tiene que ver más con la gente que con la ciencia.
Pantanos indispensables
Cuando los marineros de la época colonial se cruzaron por primera vez con los fornidos y enredados bosques que bordean las costas tropicales del mundo, los despreciaron por su hedor pantanesco y sus peligrosos habitantes como caimanes y serpientes. Pero ahora existe una creciente apreciación en el mundo por estas selvas costeras. Los manglares son invaluables precisamente porque prosperan en uno de los ambientes más inhóspitos conocidos para los árboles: la zona intermareal. La exposición a la sal resultante de la inundación diaria de agua de mar puede provocarles estrés fisiológico, y los sedimentos finos anegados sobre los que crecen contienen poco oxígeno para que sus raíces respiren.
Pero decenas de millones de años atrás, los ancestros de los manglares desarrollaron mecanismos para arreglárselas. Algunas especies, como las del género Rhizophora, filtran la sal y lanzan raíces de apoyo nudosas en forma de rodilla fuera del agua para respirar. Otras, como Avicennia, secretan sal a través de sus hojas y asoman raíces en forma de snorkel sobre la superficie.
La compleja maraña que forman sus raíces es un amortiguador efectivo contra la acción de las olas, que protege a las comunidades costeras en todo el mundo de daños, nota Maria Maza, quien estudia hidrodinámica costera en la Universidad de Cantabria en España. Una franja de manglar de 300 metros de espesor reduce la altura de olas pequeñas en más de un cincuenta por ciento. Y bosques mayores a un kilómetro de ancho pueden llegar a reducir estas olas en más de un 80 por ciento, ha encontrado. Aunque su capacidad para proteger contra oleadas de eventos extremos como tsunamis y huracanes ha sido difícil de medir, algunos estudios sugieren que un cinturón de mangle de 2 a 7 kilómetros de ancho —que no son inusuales en bosques no perturbados— pueden amortiguar oleadas que acompañan huracanes de hasta categoría 3.
Los manglares también ayudan a proteger el clima al acumular cantidades notables de carbono. La materia orgánica se descompone extremadamente lento en suelos privados de oxígeno en ambientes intermareales, así que el carbono de materiales muertos permanece atrapado en el sedimento en lugar de escapar rápidamente a la atmósfera. “Ahí se mantiene estable por siglos, si no milenios”, dice el ecólogo Martin Zimmer del Centro Leibniz de Investigación Tropical Marina en Alemania (sin relación con la autora). Esta reserva húmeda de carbono, llamada “carbono azul”, permite a los ecosistemas de mangle acumular cerca de cuatro veces la cantidad de carbono por unidad de superficie que los bosques de tierras altas como algunas selvas. Y lo que es más, a medida que el sedimento y la materia orgánica se acumulan en sus raíces, los árboles de mangle gradualmente se elevan — lo que evita que se queden atrás con el aumento del nivel del mar.
Existe un creciente interés de proteger a los manglares por el carbono azul que almacenan. Los proyectos de restauración o conservación, como el que se realiza en Colombia financiado por el gigante tecnológico Apple, pueden vender créditos de carbono verificados — cada crédito representa el equivalente a una tonelada de dióxido de carbono almacenada. Estos créditos son típicamente adquiridos por compañías para compensar sus emisiones de gases de efecto invernadero.
A los críticos les preocupa, entre otras cosas, que tales compensaciones puedan dar pie a que las empresas contaminantes continúen con sus emisiones sin culpa. Pero en principio, el restaurar los bosques de mangle podría traer beneficios para la biodiversidad, las comunidades costeras y el clima — si se hace de manera correcta.

Problemas al plantar
A menudo, sin embargo, no es así. Un error común es la elección de sitios que ni siquiera los árboles de mangle toleran, un error que Kodikara observó en Sri Lanka. Generalmente, los bosques de mangle crecen únicamente en la mitad superior de la zona intermareal, donde el suelo se inunda la mitad del tiempo menos. Más que eso, pueden sufrir estrés como resultado de suelos saturados en sal, privados de agua. En la parte baja de la zona intermareal —que es donde se encuentran las marismas pantanosas— el suelo suele estar demasiado saturado de agua como para que las raíces capturen suficiente oxígeno, explica Dominic Wodehouse, director ejecutivo de la organización sin fines de lucro basada en Estados Unidos Mangrove Action Project, que trabaja con comunidades locales y otros grupos alrededor del mundo para proteger y reconstruir los bosques de mangle. E incluso si los manglares lograran sobrevivir en las partes bajas de la zona intermareal como las marismas pantanosas y las praderas de pastos marinos, simplemente estarían reemplazando estos otros ecosistemas igualmente valiosos.
Wodehouse puede mostrar fotografía tras fotografía de manglares plantados en sitios inapropiados: a la mitad de un río, en una playa rocosa y en varias marismas — incluyendo una en las Filipinas donde voluntarios plantaron más de un millón de plántulas de mangle en una hora, un récord mundial. Cuando Wodehouse visitó ese sitio unos años después, dice no haber encontrado rastro de las actividades, salvo por una parcela de unos 20,000 árboles que sobrevivían cerca de un río. Para él, el agua estancada durante la marea baja debió haber sido una clara advertencia. “Lo que me mata es que esto era un obvio fracaso”, dice. “Es una completa pérdida de tiempo”.
Sin embargo, entre las comunidades y los gobiernos, las marismas siguen siendo sitios populares para plantar en gran medida debido a que existen pocos conflictos de tenencia de tierra. Según un estudio que Wodehouse y sus colegas realizaron en 119 proyectos de restauración en Tailandia y Filipinas, cerca de un tercio se llevó a cabo en marismas, donde solo el 1.4 por ciento de las plantas, en promedio, sobrevivió; en contraste, ha visto que entre 20 y 50 por ciento de los individuos sobreviven cuando las plantaciones se realizan en zonas adecuadas.

Otra equivocación frecuente es la mala selección de especies. Las especies de Rhizophora son las consentidas entre quienes plantan ya que sus semillas germinan sobre los árboles mismos y se desarrollan en propágulos grandes, de treinta centímetros, que pueden ser desprendidos y sembrados en el suelo, mientras que otras especies tienen propágulos más pequeños y requieren pasar tiempo en un invernadero. Pero Rhizophora crece mejor en la zona media de un bosque de mangle, dice Wodehouse says, no en las marismas o en las orillas donde normalmente se planta.
En 2014 y 2015, Jurgenne Primavera, principal asesor científico de manglares de la Sociedad Zoológica de Londres y sus colegas realizaron un estudio sobre el daño en la Isla Bantayan Island después de que el tifón Haiyan arrasara el achipiélago filipino. Muchas parcelas de Rhizophora a lo largo de la costa expuesta habían sufrido severos daños, donde cerca del 95 por ciento de los árboles en las plantaciones más viejas murió, según encontraron. Mientras tanto, especies como Avicennia marina y Sonneratia alba salieron relativamente ilesas. Esas especies están mejor adaptadas a las fuerzas de la orilla del bosque gracias a su capacidad para regenerar ramas tras quebrarse. Primavera ve las promesas que hacen los líderes de estos proyectos de que Rhizophora protegerá a las comunidades costeras como muy engañosas.
Frustrados por el fracaso de tantos proyectos de restauración, Zimmer, Wodehouse y Primavera recientemente se unieron al ecólogo Mark Huxham de la Universidad de Edimburgo Napier y otros en la publicación de una declaración exponiendo sus argumentos en contra de la siembra masiva como una primera opción. Mientras existan árboles productores de semilla cerca, los manglares ansiosamente recolonizan por cuenta propia. Por ejemplo, después de que los manglares de la isla hondureña de Guanaja fueran decimados por el huracán Mitch en 1998, los ecólogos observaron que un área a la que se le permite recuperarse por sí misma vuelve a crecer casi tan rápido como en plantaciones aledañas de Rhizophora.
Dejadas a su suerte, las especies correctas se establecen en los lugares y densidades adecuadas, dice Menno de Boer, oficial técnico en la organización sin fines de lucro Wetlands International. “Obtienes una mezcla más balanceada de especies”, dice, y esto crea un ecosistema mucho más funcional. Además, la regeneración natural es “realmente mucho más barata”. Sin embargo, esto no parece ser algo que muchos aprecien.
Por supuesto, si los hábitats costeros se degradan, la regeneración natural no siempre funciona. En esos casos, los manglares pueden llegar a necesitar un poco de ayuda de personas para restaurar las condiciones correctas, una aproximación llamada “restauración ecológica de manglares”. A lo largo de las costas de rápida erosión de Java e Indonesia hace algunos años, por ejemplo, personal de Wetlands International construyó presas semipermeables para evitar que el sedimento se deslavara, y así permitir que el suelo marino se elevara lo suficiente para que los manglares crecieran de nuevo.
Y en Guinea Bissau, trabajadores rompieron diques alrededor de algunos campos de arroz abandonados para restaurar el flujo de la marea. Pronto después, los propágulos de Avicennia y Rhizophora de bosques cercanos fueron acarreados hasta estos sitios y comenzaron a crecer. “El resultado fue increíble”, dice de Boer. “Ese fue un claro caso donde la restauración ecológica de manglar fue mucho más exitosa y adecuada que plantar”.
Pero plantar puede seguir siendo la mejor alternativa en algunas situaciones. En Filipinas, por ejemplo, donde los frecuentes tifones amenazan con barrer con las plántulas establecidas de manera natural, plantar logrará restaurar los manglares más rápidamente a lo largo de los frentes de costa deforestados, argumenta Primavera, quien recientemente escribió como coautor una revisión del declive global de los bosque de mangle en Annual Review of Environment and Resources. Otra consideración, agrega Zimmer, es si concentrarse en restaurar la biodiversidad natural, o aquello que la gente de los alrededores más necesita: Si el objetivo es la protección de la costa, puede tener sentido enfocarse en plantar especies que sean exitosas en esto.
Aunque existe espacio para el debate, los retos científicos alrededor de la restauración de manglares se pueden superar. “Es solo que no les hemos comunicado [el mensaje] a las personas que trabajan en estos temas en el campo”, dice Wodehouse says. “Es muy frustrante verlo”.
Incentivos perversos
Muchos ecólogos también culpan a los incentivos perversos detrás de los proyectos de restauración. Los fondos gubernamentales o donaciones a menudo exigen plantar un número determinado de plantas o superficie dentro de un periodo particular de tiempo. Bajo estas exigencias de tiempo, los responsables de los proyectos de restauración a menudo eligen sitios disponibles, pero inadecuados como las marismas. “Estoy segura que en muchos casos sus intenciones son buenas”, Lovelock dice, “pero luego se quedan atorados en este problema de tener que entregar un gran proyecto en muy poco tiempo y esto simplemente no es realista”.
De hecho, algunas de las mejores áreas para plantar pueden ser las más difíciles de asegurar, como es el caso de áreas previamente dominadas por manglar convertidas en estanques para la producción de camarones y pescado, cuyos dueños —que menudo son difíciles de identificar, en cualquier caso— no están dispuestos a ceder.
Una vez que se logra el objetivo de plantar, los organizadores a menudo califican el proyecto como un éxito y siguen adelante con su agenda, dejando atrás fracasos que no se reportan, Primavera dice. Kodikara agrega que muchas veces no existe un proceso para monitorear los sitios después de plantar; no es poco común ver plantas jóvenes pisoteadas por el ganado o devoradas por las cabras. En otras ocasiones, se cortan para usar como madera por la gente local con necesidad de combustible.
La solución, según muchos expertos, es anteponer las necesidades de las comunidades locales y encontrar maneras para que la conservación sea redituable. Los enfoques basados en comunidad pueden implicar el trabajo con escuelas para educar a los niños sobre el valor de los manglares y el entrenamiento de gente local para que manejen la recuperación de sus propios bosques, Wodehouse dice. Dar alternativas a la madera de mangle —como las estufas que utilizan otros combustibles— o planes de manejo para que las comunidades puedan extraer madera de los manglares de manera sustentable, también puede ayudar, agrega de Boer. En una de esas “reservas de extracción” que Zimmer ha visitado cerca de la boca del Río Amazonas en Brasil, “parece funcionar perfectamente”, dice, “probablemente porque está manejada por la propia gente”.

En principio, el dinero de los créditos de carbono también puede generar incentivos para mantener el crecimiento de los manglares — especialmente porque los créditos solo pueden ser emitidos después de verificar que los esfuerzos de restauración hayan sido exitosos y que estén efectivamente capturando carbono extra, dice Amy Schmid, quien administra soluciones naturales de clima natural en Verra, un inspector de proyectos de crédito de carbono. Pero tales modelos han generado en ocasiones inquietud sobre “el acaparamiento verde”. En su mayoría los países ricos se apropian de la tierra —en este caso, para plantaciones de mangle con fines de compensación de carbono— excluyendo a las comunidades locales de actividades de extracción de sus recursos forestales, dice Marie-Christine Cormier-Salem, una científica social con el Instituto Francés de Investigación para el Desarrollo.
Pero cuando se pone a las comunidades en el corazón de estos esfuerzos, el financiamiento del carbono azul puede ser benéfico, como es el caso de la bahía de Gazi en Kenia. Desde 2013, el especialista de carbono azul James Kairo y otros han estado conservando 117 hectáreas de manglar en la zona —mientras proveen a los locales con opciones para ganarse la vida alternativas a la cosecha mangle— junto con un pequeño proyecto de restauración. Con la venta anual de 3,000 créditos de carbono, el proyecto “Mikoko Pamoja,” gana para su comunidad alrededor de $24,000 al año, que se destinan para agua limpia, saneamiento, educación, salud y más plantaciones de manglar, Kairo dice. “Es un evento cíclico: Se te recompensa por el esfuerzo que haces [así que] debes proteger el sistema”.
De los cuatro ingredientes que Kairo dice son necesarios para una restauración exitosa —buena ciencia, apoyo gubernamental, alianzas internacionales y aceptación de las comunidades locales— esta última es la más difícil de conseguir, pero la más crítica, dice. En cuanto a los bosques azules, están listos para hacer su reaparición y ayudar a proteger comunidades, el clima global y a las incontables criaturas que habitan en su pantanoso interior.
Eso con una condición, dice Lovelock: “No hacer proyectos en lugares estúpidos”.
Katarina Zimmer es periodista freelance que cubre ciencias de la vida y temas ambientales para varias publicaciones, incluyendo The Scientist, BBC Future, The Counter, National Geographic y otras. Encuéntrala en Twitter @katarinazimmer.
Traducción de Lorena Villanueva Almanza
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