Oí que unos árboles de antigüedad espléndida dijeron: “¿Y tú, qué haces aquí? Nosotros somos sigilosamente analfabetos. Aprende a leer para escribir sobre nosotros”. —CARLOS PELLICER. Esquemas para una oda tropical. 1933
Carlos Burelo anticipaba que su pregunta, aunque sencilla, no sería fácil de responder: “Sabía que necesitaba una solución multidisciplinaria”, dice en entrevista para Botany ONE. “Me puse a investigar y encontré a quien parecía ser la persona indicada con la cual establecer una colaboración”, cuenta Burelo, “así que le mandé un correo, y se tardó tres meses en contestarme que no me creía”.
Burelo, doctor en sistemática de plantas, del Herbario de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), le había escrito al ecólogo Exequiel Ezcurra de la Universidad de California en Riverside. El escepticismo de Ezcurra era justificado: “Me escribió diciéndome que había encontrado mangle rojo en Tabasco, a 170 km de la costa”, cuenta Ezcurra en entrevista para Botany ONE, “y eso claramente no podía ser cierto”. O al menos, nunca se había visto. El mangle rojo (Rhizophora mangle) normalmente crece en las costas tropicales y en marismas; en agua de mar o salobre, pero siempre en regiones costeras. Si acaso, se le encuentra a unos pocos kilómetros tierra adentro, siguiendo el río. La distancia que reportaba Burelo era francamente inaudita.

“Pero yo estaba seguro”, afirma Burelo, “conozco muy bien esos mangles”. Y es que Burelo creció en esa zona del sureste mexicano, en la ciudad de Balancán, por donde pasa el río Usumacinta, el más caudaloso de México. “Mi papá nos llevaba a mí y a mis hermanos río arriba, hasta llegar al río San Pedro” —uno de los contribuyentes del Usumacinta— “para nadar y pescar mojarras y robalos”, recuerda Burelo.
Aunque el mangle rojo bordeaba el río y se podía observar a simple vista, Burelo aún no sabía identificarlo. No fue sino hasta después de estudiar biología en la UJAT, y obtener un doctorado en Botánica en el Instituto de Ecología en Xalapa, que pudo reconocer que esas raíces que salían del agua dulce del río eran de árboles de Rhizophora mangle, o mangle rojo. Y como buen botánico, Burelo empezó a documentarlos mediante diversas fotografías.

Fotografías que Burelo envió en un segundo correo a Ezcurra. “Estaba muy sorprendido”, confiesa Ezcurra, “lo primero que hice fue contestarle a Carlos pidiéndole su número de teléfono, y después meterme a Google Earth a ver dónde estaban esos mangles exactamente”. Además, en ese mismo momento, Ezcurra entendió perfectamente la importancia de la sencilla pregunta de su colega: ¿Cómo llegaron estos mangles ahí?
Este breve, pero fructífero intercambio epistolar sucedió en el 2017. Desde entonces, Burelo, Ezcurra y sus colaboradores en México y Estados Unidos han estado estudiando la zona del río San Pedro buscando pistas y evidencias que les ayuden a contestar esa pregunta. Una de las hipótesis que mayor discusión suscitó entre el grupo de investigadores era si los mayas habían transportado los mangles a la región, y es que la zona arqueológica de Aguada Fénix —la ciudad maya más antigua encontrada hasta la fecha— se encuentra a pocos kilómetros del río. Sin embargo, la respuesta se encontraba en los mismos mangles —para ser precisos, en sus genes.
El equipo de trabajo no solo tomó muestras de las hojas de los árboles del río San Pedro, sino también de los que bordean la costa tabasqueña y al resto de la península yucateca. Parte de su análisis incluye la secuenciación y comparación del ADN de cada una de las poblaciones de Rhizophora mangle.

“Los mangles más cercanos a los del río San Pedro son los de la laguna de Términos”, explica Ezcurra. Sin embargo, no se está refiriendo a una distancia física, sino genética. Es decir, la población de mangle de la Laguna de Términos —a 87 km del río San Pedro, en el vecino estado de Campeche— es con la que está más emparentada la población del interior. Esto lo describen Ezcurra, Burelo y sus colaboradores en un artículo publicado hoy, 4 de octubre, en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.
El ADN no solamente puede ser una foto de familia, sino también un libro de historia y un reloj molecular. Las mutaciones que podemos observar entre dos poblaciones ocurren más o menos al mismo ritmo, semejante al movimiento de las manecillas de un reloj, pero un reloj que marca el tiempo en decenas de miles de años. Al comparar y cuantificar la cantidad de mutaciones únicas para cada población de mangle, los investigadores pueden estimar cuánto tiempo ha pasado desde que divergieron. “Hicimos una simulación”, cuenta Ezcurra, explicando cómo lograron medir la hora en el reloj molecular, y concluyeron que “estas dos poblaciones se separaron hace alrededor de cien mil años, […] muchísimo tiempo antes de que cualquier población humana llegara a la zona”, agrega Burelo.
Entonces, si los mayas no transportaron los mangles hasta el río San Pedro ¿cómo llegaron allí? “Nos pusimos a revisar qué estaba pasando en la Tierra en ese tiempo”, recuerda Ezcurra, “y resulta que hace 120,000 años, sucedió el último periodo interglacial”. Fue durante el Pleistoceno, en el periodo Sangamoniense o Eemiense, para ser precisos: una época muy caliente en la que casi todos los glaciares se habían fundido “y el mar subió entre 6 y 9 metros”, comenta Ezcurra.
“Eso habría hecho que el mar llegara hasta las cascadas de Reforma, que es donde inicia la población de mangles de San Pedro”, cuenta emocionado Burelo. Sabiendo qué tipo de evidencias buscar, el equipo rápidamente encontró datos que corroboraban su hipótesis: El mar había subido tanto que la costa se extendía hasta la zona del río San Pedro, el lugar ideal para el mangle rojo.
Y no solo era el aumento en el nivel del mar que evidenciaba que la línea de costa había cambiado. En la zona también encontraron 131 especies de plantas típicas de ambientes costeros, principalmente orquídeas y leguminosas. Entre las plantas que encontraron está el helecho de playa (Acrostichum aureum), la flor de cacho u orquídea de mangle (Myrmecophila tibicinis), el roble de la costa (Coccoloba barbadensis) y la palma de tasiste (Acoelorrhaphe wrightii). El listado florístico completo, realizado en colaboración con estudiantes e investigadores de la UJAT, acompaña al artículo como material suplementario.
Al realizar excavaciones del suelo también encontraron fósiles de mejillones y moluscos que solo habitan en el mar. “Le conté a un amigo que tiene un rancho en la zona”, cuenta Burelo, “me dijo: ‘vengan, hay algo que les quiero mostrar’”. Burelo y su equipo fueron al campo de maíz de su amigo y cavaron unos 30 cm del suelo. “Encontramos arena blanca, aterciopelada”, recuerda Burelo. Después de analizarla, resultó ser suelo marino.

“Esto cerró toda la historia”, declara alegremente y con una sonrisa Ezcurra. “¡Es como leer una novela de H. G. Wells sobre un mundo perdido!” Tal vez no haya sido todo un mundo, pero sí un ecosistema. “No fue solo el mangle”, explica Burelo, “todo el ecosistema de la costa subió hasta el Río San Pedro”.
Esos resultados, aunque sorprendentes, son solamente el comienzo de otras historias e investigaciones. Por ejemplo, aún no es claro cómo es que los árboles de mangle del río San Pedro logran sobrevivir en el agua dulce del río, pero parece que no lo hacen muy bien. Normalmente, Rhizophora mangle crece en agua salada y, aunque filtra mucha de la sal presente en el agua, estos minerales juegan un papel importante en el funcionamiento de los tejidos foliares y, por tanto, del proceso fotosintético. Esto podría explicar por qué los manglares del río San Pedro muestran señales claras de estrés tales como baja estatura y poblaciones reducidas. “No forman manchones”, describe Burelo, “ves grupos de tres o cuatro árboles, y luego, a kilómetros de distancia, ves otro grupo similar”.
Aunque las preguntas que Ezcurra y Burelo se plantean tienen como objetivo continuar una agenda de investigación para descifrar los enigmas de estos manglares, Burelo tiene algo muy claro: “El fin principal de esta historia es proponer un área protegida”.
Y es que históricamente Tabasco es el estado mexicano con mayor índice de deforestación, aunque actualmente los mayores índices pertenecen a los estados vecinos de Campeche y Yucatán. La pérdida de cobertura vegetal es resultado del Plan Balancán-Tenosique que implementó el gobierno mexicano en 1972 con el que pretendía convertir la selva tabasqueña en una extensa zona de cultivo y ganadería. Aunque el Plan nunca alcanzó el éxito esperado, para 1990 el estado había perdido 41% de su masa forestal.

Actualmente, el gobierno mexicano está implementando otro megaproyecto en la zona: el Tren Maya. Y una de las estaciones contempladas estará en la ciudad de Burelo: Balancán. El proyecto ha sido criticado por varias razones, principalmente ambientales, pues los estudios para su desarrollo son desde inexistentes hasta engañosos. Sin embargo, Burelo considera que el megaproyecto podría beneficiar a esta pequeña región de Tabasco que años antes perdió su bosque tropical: “Acá no hay selva, hay potreros. Aquí no se va a destruir a la selva ni a los jaguares. Tal vez se logre destruir a la pobreza y a la marginación”.
Y es que más de la mitad de la población cercana al río San Pedro se encuentra en algún nivel de pobreza. El 67% de las viviendas no cuenta con drenaje, no hay un programa de tratamiento de desechos sólidos, ni de aguas residuales4.
El río y los mangles podrían convertirse en un atractivo turístico que mejore la calidad de vida de los habitantes de la región. Burelo, sonriente, ya se imagina la publicidad: “Navega en un ecosistema prehispánico”, “Conoce un mangle único en el mundo”. Esto, siempre y cuando se tomen las precauciones necesarias. En esto Ezcurra y Burelo coinciden: “las autoridades no se están preparando”. Si bien es cierto que en esta parte del país el Tren Maya no afectará la selva —simplemente porque ya no existe—, los investigadores quieren asegurarse que el desarrollo no supondrá un riesgo para las poblaciones relictuales de mangle.
“Hemos platicado con el gobierno de la zona, con el rector de la UJAT, así como con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas”, comenta Ezcurra, “estamos haciendo todo lo posible para que el río San Pedro se convierta en un área natural protegida”.
Para que el plan funcione —y los investigadores lo saben bien— gobierno, universidades y pobladores deben trabajar en conjunto. Por eso Burelo comenta ansioso: “nomás estoy esperando a que termine la pandemia, para poder ir a visitar las demás comunidades y poderles platicar de estos mangles, de este ecosistema”.
ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN:
O. Aburto-Oropeza, C.M. Burelo-Ramos, E. Ezcurra, P. Ezcurra, C.L. Henríquez, S. Vanderplank, F. Zapata. “Relict inland mangrove ecosystem reveals last interglacial sea levels”. PNAS. 04 October, 2021. https://www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.2024518118
REFERENCIAS:
Tudela, F. Recursos naturales y sociedad en el trópico húmedo tabasqueño. In: Leff, E. (Coord.) 1990. Medio ambiente y desarrollo en México. Vol. I. Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades, UNAM; Ed. Porrúa. México. Pp.:149-227.

Agustín Ávila-Casanueva es encargado de la oficina de comunicación del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM. Como miembro del colectivo Ciencia Beat, fue ganador del Premio Nacional de Periodismo 2018 en la categoría de Divulgación de la Ciencia. Recibió la beca Robert L. Breen para periodistas mexicanos del programa Under the Volcano en el 2020. También es miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Ha publicado artículos en medios como Tec Review, La Revista de la Universidad, Nexos, Chilango y Este País. Puedes seguirlo en Twitter como Twitter.
Traducción al inglés por Lorena Villanueva Almanza